Después de hacer mucho deporte y sudar la gota gorda en el gym machacando las máquinas, el calorcito, el aturdimiento y la visión de tios semidesnudos va haciendo que a Rocco Alfieri le salten todas las alarmas de su parte más curiosa. No ha podido apartar la vista del cachas Manuel Rios, que en un esfuerzo casi sobrehumano, termina las últimas series con el press de banca con los calzones cortos de pata bastante más por debajo de la cintura de lo que cabría esperar. Le invita a terminar y tomar una ducha para compartir agua, que estos chicos de ahorro y medioambiente saben un poco.
Tal cual estaba en el gym, Manuel toma una ducha y el agua hace que le caigan aún más, que una abundante pelambrera haga acto de presencia por encima de la goma. Rocco aparece totalmente desnudo. Esa zona de machos le hace ponerse especialmente cachondo y alguna vez alguno le pegará una buena hostia por ser tan lanzado y atrevido, pero en esta ocasión, una vez más tiene suerte de que a Manuel le gusten y mucho los rabos.
Esos calzones con el número 11 en el trasero de Manuel se desplazan hacia abajo y son sustituidos por las manos de Rocco, que agarra cada una de sus nalgas con las manos y las separa para descubrir la profundidad de su raja y el agujerito. Manuel no es de los que se están quietos y ya ha encontrado una buena diversión agarrando el mango a ese chulazo, un rabaco grande, largo, duro y potente.
Mmmm, qué a gustito que están frente a frente, besándose, sintiendo sus musculazos recién definidos y el roce del campaneo de sus pollas rebozándose alegres y húmedas por ahí abajo. Se dan cita en el dormitorio, donde a cada cual más salvaje, se hacen unas mamadas increíbles. Contra todo pronóstico, comienza Rocco. Al dar un masaje a Manuel, que estaba bocabajo, se puso tan contento que su pollita empezó a crecer a lo largo sobresaliendo entre sus piernas y quedándose atrapada hundiendo parte del colchón. Rocco sólo tuvo que hundir la cabeza entre sus piernas, pegada a su culo, para darse el lote comiéndole la pija y los huevos.
Amante compulsivo de las pollas, Manuel dio buena cuenta de la de Rocco, tragando semejante pollón como si no le costase, dejándole un hueco en su garganta. Más problemas tuvo Rocco cuando hicieron un sesenta y nueve para comerse la enorme y gorda polla de Manuel, por eso decidió centrarse en su culazo, llenándoselo tanto de babas, con los salivazos colgando de los pelos de las cachas y las bolas, que parecía que lo acababa de cubrir de semen.
Le fustigó el trasero con su polla desnuda, reventó ese culazo peludo, primero por detrás y luego por delante, observando atento a la forma en la que sus huevetes y su rabo morcillón, que caía hacia un lado, se movían como flanes ante cada embiste. Rocco le soltó una abundante cantidad de lefa en el lugar donde había soltado tantas babas y bajó a relamer su propia leche de entre las nalgas, los muslos y la que resbalaba por el escroto. Cuando Manuel se hizo una paja y se corrió encima, acudió a comerle el rabo y se relamió de gusto con el sabor de otro macho y el suyo unidos en su boca.