Al verlo desnudo y sonriendo, con su intensa mirada de ojazos azules, Axel Elbe me parece casi una estrella de cine de época de la que podría enamorarme fácilmente, una de esas estrellas del celuloide que veía en las películas de entonces con su traje, corbata y sombrero, el acoimpañante joven del poli malo al que me hubiera gustado desnudar, quizá al que ya desnudaba en mi imaginación, cuando en la cama soñaba con sus mejores escenas y me metía la mano por debajo de los pantalones para tocármela a solas.
Los finos pelillos rubios, apenas invisibles, que recubren todo su musculoso y fibrado torso como una suave alfombra persa, decorando un six-pack de lujo y unos pectorales de hierro forjado, contrastan con los pelazos de color castaño que recubren sus piernas en abundancia. Unos pelazos que nacen de sus tobillos y que no encuentran fin hasta encontrarse con los de la base de su polla.
Ahora la tiene dormidita, como una tierna salchicha más gorda de lo normal y apenas puedo verle parte de la raja del cipote porque el pellejo lo recubre casi en su totalidad. Entre foto y foto coge confianza y se le pone durita. Una buena estaca le da confianza a cualquiera y él la tiene por las nubes. Presume de rabo mostrándolo sin cortapisas, empujándolo con el pulgar hacia adelante, hacia las cámaras..
Cuando se tumba bocabajo en la cama siento la necesidad de protegerlo, de agarrar esas nalgas peluditas, esos muslazos, de tocarlos, amasarlos entre mis manos, de ponerme encima de él y cubrile metiéndole todo mi rabo. Con una parte mía dentro de él, le levantaría el culete poniéndoselo en pompa, pasaría una de mis manos por deñante y le masturbaría haciendo que se corriera encima de las sábanas.
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