La cámara les quiere. El objetivo es como un imán para los ojazos verde oliva de Joaquin Arrenas y Jamie Durrell, que lucen apetitosos con sus cuerpos desnudos, bañados por la luz que se cuela por los ventanales de la amplia estancia. El fotógrafo no sabe cuánto aguantarán juntos sin que sus rabos empiecen a crecer. Les necesita así, con los penes flácidos y colgando por delante de sus pelotas, para captar la esencia natural del hombre.
El más jovencito es el primero en descontrolarse. La naturaleza le llama y la visión de un igual en bolas hace que a Jamie se le despierte el rabo igual que una mariposa emergiendo de su capullo. Nada hacía intuir que ese chaval rubio y guapete la tendría así de larga y grande. El fotógrafo reza porque no tenga el cipote demasiado lubricado, porque la silla sobre la que se ha sentado, sobre la que reposan su ahora crecidito nabo y sus cojones, no es precisamente barata.
Jamie mira a la cámara, aprieta el culete, la polla se le infla y se le eleva hacia arriba, demostrando su potencia. El fotógrafo le mira por detrás de la cámara, ladeándose convenientemente para que pueda apreciar cómo le guiña un ojo y le da su consentimiento para cascársela. Jamie se la agarra a dos manos, posando las yemas de sus dedos sobre la pija, recorriéndolo de arriba a abajo.
Hace acto de presencia Joaquin. Están frente a frente y se besan. Son besos morbosos, juguetones. El fotógrafo, que hasta ahora tenía las dos manos sosteniendo la cámara y el objetivo, siente que algo se le endurece por ahí abajo y tiene que apartar una para recomponerse el bulto que le está creciendo. Se centra en los labios de esos dos chulazos, en cómo se rozan suavemente, en la forma en la que crecen sus lanzas entre sus piernas, deseándose el uno al otro.
Les tumba en camas separadas para hacerles una sesión a solas. Joaquin seduce con su mirada, apoyado con las manos en el colchón por detrás de sus caderas, con un rabo enorme y duro descansando sobre su torso. Más allá está Jamie, en la cama nupcial rodeada de cortinas blancas e inmaculadas, de lado y con las piernas juntas, acariciándose su bonito y virginal culito. El fotógrafo empieza a sudar porque se le acaba de ocurrir una idea que le pone cachondísimo. Necesita que Joaquin tome en sus brazos a ese rubiales y lo desvirgue sobre esa cama.