Cuando Torsten Ullman se ponías así en plan machote, completamente desnudo, de pie, con las piernas separadas y la polla morcillona, a Bobby Noiret le gustaba sentarse en el suelo, apoyar la espalda en la parte baja del sofá y meterse una buena comilona entre pecho y espalda sacando la lengua y rechupeteando esa larguísima pija desde la base hasta la punta.
Una vez durita, se metía el cipote dentro de la boca y empezaba a tragar mirando de vez en cuando hacia arriba, degustando con la vista cada centímetro de Torsten, de su pelito rubio corto encrespado, de sus atléticos pectorales. Luego se abría para él de piernas y todo comenzaba por un certero escupitajo directo a su ojete, sentía su lengua húmeda acicalando la parte más sensible y después su enorme y tiesa polla desnuda penetrando por el agujero, blandiéndoselo, ajustada como un guante.
A Bobby le gustaba cabalgar, sentarse encima de una polla así de grande y desvencijarla con su culo, masturbarla, recorrerla de arriba a abajo apretadita dentro de las paredes de su ano. Le gustaba tanto como ponerse de rodillas con el pecho pegado al sofá, abrirse ligeramente de piernas y dejar que Torsten le diera por detrás.
Las vistas de su culete respingón, siempre acababan por sacarle toda la leche a Torsten, que sacaba la pija, se la pelaba y se corría a espuertas sobre la raja de ese estupendo y glorioso pandero llenándolo de mecos. Cuando Torsten no había desayunado, le pedía leche a su colega pidiéndole que se pajeara encima de su cara. Un lefazo volando sobre su cara, dejando un rastro blanco sobre su mejilla y gomina hasta la patilla, era todo lo que necesitaba para saciar el hambre y la sed.
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