Justin llegó cuando la fiesta ya había comenzado. Cruzó la puerta principal y se dirigió al patio de la casita al estilo español, donde un montón de chicos algo más jovencitos que él, comían, bebían, reían (y algunos se daban el lote) bajo la luz de las velas que iluminaban la oscuridad del atardecer que comenzaba a apoderarse de ese espacio alrededor de la mesa.
Los chavales le recibieron como a uno más y él se sintió como tal. Todavía quedaba sufiente luz natural como para pegarse un baño. Estaba en el borde de la piscina, descansando después de marcarse unos largos y secándose, cuando echó la vista hacia atrás y vio a Tom Houston mirándole fijamente desde la distancia, relamiendo con la lengua una cuchara que sin duda hacía tiempo que estaba limpia, con la única intención de hacerse saber con sus gestos y su mirada lo mucho que le gustaba.
Enseguida Justin se enamoró de su carita guapa y sus ojazos azules grisáceos. Tenían todo el espacio junto a la piscina para ellos solos, para besarse, para hincar las rodillas y mamarse las vergas, para explorar el agujero de sus culazos con la lengua, para gemir y gozar follando a pelo. Al ver la tranca de Tom, Justin no pudo negarle el culo. Estando de pie, le dio la espalda, separó las piernas, se inclinó un poco hacia adelante y dejó que ese guaperas le metiera el rabo hasta los huevos.
Le encantó la fuerza y la furia de su hermosa polla penetrándole por dentro. Le quedaba ajustada como un guante. Justin se tumbó bocarriba a cuerpo de rey, cruzando los brazos por detrás de la cabeza, abriéndose de piernas para que Tom pudiera darle bien por el culo mientras él se alegraba la vista con los musculitos, la carita y los ojos de ese gañán. Como recompensa por hacerlo tan bien, le comió de nuevo la polla, esta vez tragándosela hasta el fondo, antes de montar sobre su cabalgadura, correrse como un santo y beberse, literalmente, cada lefazo que salió por la polla del joven padaguan.