Cuando el barco echa el ancla, los marineritos vuelan. Tantas horas, días, semanas y hasta meses en alta mar, cumpliendo estrictas órdenes, apenas descargando los huevos en un pequeño rato en mitad de la noche, en el baño, después de ver a los compañeros dormidos, con las tiendas de campaña montadas en los calzones, las únicas prendas que les cubren, aguantando los gemidos para no despertarles.
Para Torsten Ullman ver tierra es como ir al cielo. Tantas jornadas teniendo que aguantar las típicas bromas de machitos hablando de coños, cuando él lo que quiere es un buen rabo y un buen culo de un tio buenorro al que darle todo su cariño. Sabe cómo dar caza a lo que quiere, está de buen ver y lo sabe, así que se queda en pelotas andando por las rocas cerca de la playa, con su gorrito de marinero puesto, que el uniforme siempre le trae buena suerte, a la caída de la tarde, un momento ideal para pillar al tio que sale a correr para despejarse la mente.
Ese día no dará con uno de ellos, sino con un chaval de un grupito de amigos que se ha quedado en la orilla para ver ponerse el sol. Hoyt Kogan es el único de los tres que no guarda el sueño de la tranquilidad proporcionada por el ruido de las olas. Ya lo tiene cazado. Juntos se marchan al hotel agarrándose los culos por detrás. En unos minutos Hoyt se empieza a comer la polla del marinero y joder qué polla! larga y grande como ella sola. Nunca le habían alimentado tan bien.
Dejándose llevar, se tumba sobre la cama y se abre de piernas para que le meta todo el mástil hasta el fondo. Así sin condón ni nada, completamente a pelo, Torsten se lamete con mucho cariño y sin prisas, dejando que cada centímetro de rabo en todo su esplendor entre y salga como el puto amo. Follado de lado, deja de sentir el rabo penetrándole y un segundo después un líquido calentito recorriéndole la entrada del agujero y resbalando por sus muslos. Sí que tenía bien cargados los cojones el marinero.
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